De la mano de la Melancolía

Me encuentro en un bar situado frente a una conocida clínica de Barcelona. Es un local acristalado en el que las mesas están pegadas a las ventanas, pudiendo contemplar, desde el interior, todo lo que ocurre fuera.
Se ve un jardín repleto de bancos, ahora vacíos. Detrás, una rotonda con el tráfico característico de la mañana ofrece un movimiento circular que me recuerda un tío vivo de feria. También se puede ver el cielo… y hasta un pedacito de montaña asoma detrás de un edificio.
Fuera llovizna. El día está gris. Y ese café con leche caliente cae en mi estómago haciéndome sentir confort.
Me acuerdo de alguien. Le escribo cuatro líneas desde el móvil, quizá, una vez más, desde mi torpe melancolía, y me responde:

Mi niña… siempre te han afectado estos días…

¿No es posible echar de menos sin más? ¿Siempre tenemos que relacionar las palabras sinceras a estados provocados por la señora meteorología?
A menudo pienso que estoy algo desfasada, o que quizá me ha tocado vivir en un cuento que no me pertenece. Tal vez sea muy simple y me deje seducir siempre por esa señora cuyo nombre empieza por eme.

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Desde la ventana…

Buenos y soleados días. Hoy escribo desde el nuevo despacho, que sigue estando en mi casa, por lo que aún voy en pijama, llevo el pelo revuelto y la taza de café me acompaña al otro lado del ordenador.
Pensaba, hace unos minutos, que qué bonito sería poder saltar por la ventana que tengo justo delante, y arrancar a volar por encima de toda la ciudad. Dar un gran salto y convertirme en pájaro por unos instantes. Y qué coñazo saber que si me lanzo me estamparé contra el suelo, con lo bonito que sería volar.
Me ha vuelto a la cabeza, una vez más, las ganas que tengo de probar la sensación del parapente, el placer de experimentar desde un ángulo nuevo y distinto, el verlo todo desde arriba; desde el cielo.
Menos mal que tengo a mi padre que es hombre de fácil convencer, cuando de volar se trata. Con él pude saltar desde aquél acantilado al mar, qué recuerdos.
Este fin de semana me lo camelaré, a pesar de que mi señora madre nos vuelva a mirar como si fuéramos bichos de otro planeta y nos recuerde, una vez más, que ya no tenemos edad para hacer esas cosas.

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A escondidas… el día que aprendí a correr

Me cuesta. Me cuesta horrores seguir escribiendo todo esto, pero al mismo tiempo siento la necesidad imperiosa de hacerlo. Es como si todos los recuerdos me quemaran por dentro, pidiéndome a gritos que los vomite de algún modo u otro antes de empezar a arder entera.
Y hoy… hoy sólo me queda ese temblor en las manos y un montón de folios en blanco.

Fueron años muy duros. Crecer en aquel ambiente que no era el de una niña de dieciocho años fue difícil. No podía compartir con nadie lo que me estaba ocurriendo y todo aquello que me inquietaba. En el colegio no jugué con el resto de niñas y en el instituto no pude disfrutar de la libertad de la que todo el mundo hablaba. Fueron varias las ocasiones en las que traté de integrarme en grupos o pandillas de mi edad, pero siempre fue un auténtico fracaso; yo no quería estar allí. Vivir a escondidas por amar a alguien era doloroso, resultaba agotador tener que hacerlo en silencio, y todo empezó a ir muy mal. La situación familiar empeoraba y empeoraba. Mi madre, que nunca me había amenazado, lo hacía constantemente. Me decía que si no era capaz de terminar los estudios podía ir preparando la maleta porque no quería saber nada de mí. Llegué a odiarla con todas mis fuerzas.

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Antes del baño…

Sí. Es cierto. Lo sé. Sé que hace tiempo que no puedo dedicar a este pequeño espacio lo que me gustaría, y la verdad es que me fastidia no sabéis cuánto. Pero mi vida, queridos lectores, desde principios de año, ha dado un giro de noventa cabronazos grados.
Imagino que en alguno de mis últimos escritos ya habréis intuido cambios en lo que respecta a mí alrededor, y, aunque no todos hayan sido negativos, me han tenido ocupada en cuerpo y mente las veinticuatro horas del día.
No voy a contarlos porque tampoco me creeríais.

Tengo un montón de cosas pendientes que contaros, muchísimas ideas que siguen rondando en mi cabeza a pesar de no poder ejecutarlas in situ, y largas historias que compartir con todos esos lectores y amigos fieles quiénes, aunque no publique, entráis a mis sueños todos los días sin falta.

Estoy contenta. Extraña, pero contenta. Es una sensación la hostia de difícil de describir.

Os comunico oficialmente que, a partir de hoy, y no sé hasta cuando, estoy de vacaciones. De vacaciones para todo, quiero decir, fuera de obligaciones, prostituciones y demás cabronadas como a las que he estado sometida los últimos doce años sin respiro alguno.
Sabéis que me apasionan los retos, y en más de una ocasión me he estampado tratando de conseguir lo imposible, no obstante, me huelo que a partir de ahora las hostias no dolerán tanto, no preguntéis por qué, es una simple intuición.

Cuando termine (si es que termina, ¡por dios qué horror!) la burocracia y consiga no perder ni un solo papel, ni los papeles, voy a continuar tejiendo –como la más preciosa viuda negra- estos sueños de seda que me enriquecen en muchísimos aspectos.

Hablando de viudas negras… ¿os gustan las arañas?

Un día tengo que hablaros de estas preciosidades diminutas y de mi pasión por ellas.
Tampoco se me olvidan las interesantes conversaciones que he mantenido con muchos de vosotros por mail, las recomendaciones que me mandáis, las películas, la música, vuestros relatos, las imágenes…
Me habéis dado mucho calorcito a través de vuestras letras y es algo que valoro enormemente. Y la mayoría de vosotros –más los que me conocéis un poco- estáis al corriente de mi anterior y frenético ritmo de vida.

Pero se acabó, queridos viciosos. A partir de ahora una servidora se va a dedicar plenamente a nutrirse de una vida lo más intensa posible: necesito volver a reencontrarme con la humanidad (si es que aún queda algún pedacito de ella); necesito volver a abrazar a la gente que más quiero sin miedo a romperme; necesito poder gozar de horas y horas delante de una hoja de texto y dar rienda suelta a mi gran compañera: la imaginación; necesito poder dormir otras horas y horas después de tremendas sesiones de sexo (porqué es uno de mis mayores placeres, el delicioso sueño post coital sin despertadores), e infinidad de cosas que mi cuerpo y mente anhelan desde hace mucho tiempo.

Soy una apasionada de los relojes, me encantan. Es un aparato que siempre me ha inquietado mucho, algo similar a lo que me ocurre con los pianos. Y pensaba comprarme una verdadera preciosidad que me tiene enamorada desde hace ya un tiempo, pero voy a detenerlo también ahí, y esa preciosa joya que luciría espléndida en mi muñeca va a quedarse, por un largo tiempo, en las vitrinas de aquella joyería.

Siempre que tengo vacaciones me deshago completamente del reloj, me guío muy bien por el sol.

Espero seguir plasmando mis sueños en este pequeño, y también vuestro, palacio.
Eso sí, soy susceptible de perderme en cualquier instante en un apasionante bosque, en alguna desconocida ciudad, entre las rocas de una cala perdida, en el mar… ¡mi mar!, qué ganas tengo de pasarme todo el día en él, nadando, buceando, rebozándome en la arena… mi piel necesita salitre a granel.

Y por ahora no me alargo más. Esta noche me ha citado Vila- Matas en mi cama. Y como bien comprenderéis, debo darme un baño espumoso con sus aceites y prepararme como es debido.

Un besazo, cabrones.