Llamada a la emoción

Hace ya un tiempo que me apetece escribir sobre la emoción.
No me adentraré en temas puramente científicos, más que nada porque no sabría hacerlo, pero sí quiero hablar de ello, sobre algo que me sucede de un tiempo a esta parte.
Una nace, y a medida que va creciendo se va dando cuenta de que una hipersensibilidad aguda y cabrona se aposenta en su carácter, en su vida… en su modo de ver el mundo.
Ser tan emocional es una putada, y no resulta sencillo convivir con ello. Me he pasado una gran parte de mi vida admirando a todas aquellas personas que no lo son tanto, o que, directamente, no lo son. Gente pragmática, fría y calculadora, personas que no se emocionan al ver una mosca copular con otra, personas que permanecen inmunes ante cualquier acto que a mí me pone la piel de gallina.

¿Estarán fingiendo?

Una parte de ellos sí, pero os aseguro que hay otra inmensa parte que no. Se mueven en función de lo que su cerebro dicta y son capaces de llegar hasta donde quieren, precisamente porque usan su raciocinio, y lo emplean de cojones. Esos son los que triunfan.
También es cierto que no nos emocionamos con las mismas cosas, y es hermoso que sea así. Nuestro contexto, a lo largo de los años, va cambiando, y eso también influye en nuestro modo de sentir. El recibir una bofetada tras otra va curtiéndonos y vamos desarrollando esa segunda piel que nos protege de cualquier sensación que pueda minimizarnos o reducirnos hasta la puta miseria.
No sé si serán los años, pero me sucede que mi nivel de emoción ya no es tan alto como lo era antes. A medida que vivo, que experimento sensaciones nuevas, el termómetro de la emoción se mantiene en un nivel muy estable, pero bajo. Y eso me jode.

Sigue leyendo

De la mano de la Melancolía

Me encuentro en un bar situado frente a una conocida clínica de Barcelona. Es un local acristalado en el que las mesas están pegadas a las ventanas, pudiendo contemplar, desde el interior, todo lo que ocurre fuera.
Se ve un jardín repleto de bancos, ahora vacíos. Detrás, una rotonda con el tráfico característico de la mañana ofrece un movimiento circular que me recuerda un tío vivo de feria. También se puede ver el cielo… y hasta un pedacito de montaña asoma detrás de un edificio.
Fuera llovizna. El día está gris. Y ese café con leche caliente cae en mi estómago haciéndome sentir confort.
Me acuerdo de alguien. Le escribo cuatro líneas desde el móvil, quizá, una vez más, desde mi torpe melancolía, y me responde:

Mi niña… siempre te han afectado estos días…

¿No es posible echar de menos sin más? ¿Siempre tenemos que relacionar las palabras sinceras a estados provocados por la señora meteorología?
A menudo pienso que estoy algo desfasada, o que quizá me ha tocado vivir en un cuento que no me pertenece. Tal vez sea muy simple y me deje seducir siempre por esa señora cuyo nombre empieza por eme.

Sigue leyendo