A escondidas… el día que aprendí a correr

Me cuesta. Me cuesta horrores seguir escribiendo todo esto, pero al mismo tiempo siento la necesidad imperiosa de hacerlo. Es como si todos los recuerdos me quemaran por dentro, pidiéndome a gritos que los vomite de algún modo u otro antes de empezar a arder entera.
Y hoy… hoy sólo me queda ese temblor en las manos y un montón de folios en blanco.

Fueron años muy duros. Crecer en aquel ambiente que no era el de una niña de dieciocho años fue difícil. No podía compartir con nadie lo que me estaba ocurriendo y todo aquello que me inquietaba. En el colegio no jugué con el resto de niñas y en el instituto no pude disfrutar de la libertad de la que todo el mundo hablaba. Fueron varias las ocasiones en las que traté de integrarme en grupos o pandillas de mi edad, pero siempre fue un auténtico fracaso; yo no quería estar allí. Vivir a escondidas por amar a alguien era doloroso, resultaba agotador tener que hacerlo en silencio, y todo empezó a ir muy mal. La situación familiar empeoraba y empeoraba. Mi madre, que nunca me había amenazado, lo hacía constantemente. Me decía que si no era capaz de terminar los estudios podía ir preparando la maleta porque no quería saber nada de mí. Llegué a odiarla con todas mis fuerzas.

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