La segundísima parte de la señora Yvette

-¿Sabes, Abril? –Yvette encendió un cigarrillo sosegadamente-, nunca me han gustado estas habitaciones tan grandes y tan sobrecargadas de lujos innecesarios, las encuentro ridículas a más no poder.
– ¿Y por qué te hospedas en ellas?
– Porque no me queda otro remedio –a paso muy lento, se dirigió hacia los enormes ventanales y enmudeció, mientras observaba a través de ellos.
-¿Acaso alguien te obliga a llevar esta clase de vida?

Su respuesta fue una risa de lo más sarcástica. Sin embargo, no articulaba una nimia parte del cuerpo. Parecía un maniquí. Tampoco se dio la vuelta para mirarme. Solo movía el brazo derecho para, de vez en cuando, acompañar el pitillo a sus labios.
Me levanté del extremo de la cama donde estaba sentada, y me dirigí hacia ella.
Observé, también, a través de los cristales. Las vistas eran espectaculares. Bajo aquel piso tan alto, se podían ver perfectamente cientos de azoteas de los edificios que teníamos a nuestro alrededor. Era magnífico.

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Andreas H. Bitesnich

 

Andreas H. Bitesnich