Jean Morisot

Gerda Wegener

Gerda Wegener

Eugene Reunier

Eugene Reunier

Las redes sociales y yo

21:30. Restaurante Chaplin. Cena de antiguas alumnas.

A medida que me iba acercando a la puerta trataba de reconocer algunas caras que esperaban delante el restaurante. Reconocí a Marta Pérez, que conservaba el mismo perfil de bruja, con la nariz puntiaguda y el mentón sobresalido, eso sí, con unos cuantos kilos de más. A Rosa también la reconocí, me llamó la atención la intensidad del rojo que llevaba en el pelo y el exceso de perforaciones en su rostro.

Me acerqué a ellas.

– ¡Abril! –gritó la Pérez. No hizo falta presentarme ya que me reconocieron al instante.
– Hola –dije. Y entramos al restaurante donde esperaba el resto.

Reparticiones de besos y, por consiguiente, el inevitable intercambio de perfumes, roces faciales… algún que otro achuchón, risas, repasos de la cabeza a los pies -con esa fingida sonrisa que tanto han estudiado enésimas veces frente al espejo, pero que, inevitablemente, está preparada para esas situaciones en las deciden fulminarte con la mirada, como si tuvieran rayos X en los ojos – que dan más miedo que otra cosa. Y exclamaciones tipo: ¡qué guapa!, ¡qué cambio!, ¡qué look!, ¡qué ilusión!

Vamos a llamarlo la escena quéqué.

La patética escena hasta que un amable, preocupado y atractivo camarero (estábamos estorbando en medio del pasillo del restaurante), nos invitó a llevarnos a la que sería nuestra mesa.

Mientras seguíamos al chico, tuve un importante bajón anímico que me hizo pensar en esfumarme sin decir nada, pero me obnubiló el contoneo del monumental culo de Isabel García bajando las escaleras. Qué culo más grande, ¡dios santo! Esta chica antes no tenía ese trasero. Me turbó aquella inmensidad acompañada del movimiento rimbombante hasta que finalmente se sentó en la silla.

– ¿Y qué tal, Abril?, ¿qué me cuentas?, ¿qué es de tu vida?, ¿no estás en Facebook, verdad?

Ya empezamos, pensé.

– No, Isabel, la verdad es que no me llama mucho la atención eso de las redes sociales.
– Qué rara eres, mujer, ¡pero si está todo el mundo!
– ¿De qué habláis? –se interpuso Marta Pérez, como siempre.
– Abril, que no está en el face, tía.
– ¿Que qué?, jajajaja, ¿en serio? Ahora que lo dices, es verdad, te busqué por tu nombre y apellidos y me salieron dos chicas, pero enseguida supe que no se trataba de ti, eran mucho más jóvenes –imagináosla pronunciando las dos últimas palabras disparando con los ojos los rayos de los que antes os hablaba-. Pero les envié una solicitud de amistad igualmente, y ahora las tengo en mi red. Hay una de ellas que sus padres han nacido donde mi madre, fíjate qué casualidades tiene la vida, jejejeje…
– ¿Y envías solicitudes de amistad a gente a la que estás segura que no conoces?- pregunté.
– Eso es tela de peligroso, Marta –dijo Isabel, yo no lo hago nunca. Bueno, sólo al principio, cuando era una pardilla del face.

¿Ha dicho pardilla del face?, me pregunté.

-¡No pasa nada! Luego, si no te interesa, lo eliminas de tu red y listos- contestó pizpireta.
– Es que Marta siempre ha sido tan extrovertida y social… -dijo Isabel con admiración.

Esta interesante conversación fue la que tuve mientras el resto se iban acomodando a la mesa. Y en un estupendo y envolvente sonido estéreo. Pensé una vez más en la mala suerte que tenía por sentarme al lado de la súper más súper de todas las súpers. Me esperaba una cena de lo más apasionante.

Después de las elecciones de platos y los correspondientes comentarios de dietética, se decidieron con el menú.

Sangría. Ya tardan.

– ¡Escuchad, guapas! ¿Os parece bien si pedimos sangría para todas? –chilló Sonia Rueda.
– ¡¡Síiiiiiiiii!! –contestaron todas a la vez.

¿Por qué en este tipo de reuniones siempre reina la sangría a raudales?
Es algo que siempre he observado y me ha dejado atónita, no puedo entender cómo se pueden beber semejante mezcla llena de tropezones flotantes.
En fin. En cuanto pude, pedí al camarero un Ribera, que por cierto, resultó delicioso, y me ayudó posteriormente a amortiguar mejor los golpes.

– ¡Chin chin! –nos levantamos alzando las copas, y brindamos.
– ¡Por esos encuentros, y para que se repitan con más frecuencia! –habló la Pérez, como no podía ser de otro modo.
– ¡¡Por el reencuentro!!

Los dos camareros empezaron a servir los platos.

– ¡Gracias, guapetón! –chilló Esmeralda. Todas se rieron.

La verdad es que estaban muy bien, sobretodo uno de ellos.

– Se parece a uno que me invitó ayer por Facebook –dijo la Pérez.

– ¿Hablas del morenazo que te manda regalos día sí día no? –preguntó Esmeralda.

– No, ése es otro que ya conocía del HI5.

– ¿Regalos? ¿Te manda regalos? ¿Y lo conociste ayer? ¿Le diste tu dirección? –pregunté.

– ¡Jajajaja! –empezaron a reírse.

– Parece que Abril no está muy puesta en el mundillo cibernético. Regalitos que te mandan a través del Facebook: besos, flores, guiños…
– Aaaaaaaah… -dije.
– En realidad molaban más los “fives” de HI5, pero es que ahora casi toda la peña está en Face –dijo la social-Pérez dirigiéndose a las demás.
– Pues yo sigo prefiriendo los antiguos “cutes”, eran más graciosos, no sé, como más profundos –Lucía Santos intervino a la conversación.

Profundos, sí; ha dicho profundos. Y por el contexto, imagino que están hablando de guiños amarillos estilo Messenger. Vamos progresando, Abril.

– Lucía conoció al que es su actual marido a través de HI5, ¿verdad, Lucía? –dijo una de ellas.
– En realidad fue a través de Tuenti, me envió la invitación una amiga, y luego nos mudamos a HI5, hasta que él me agregó al Messenger.
– Tuenti es un coñazo –dijo… ya no me acuerdo quién lo dijo.
– Sí, pero yo le tengo un montón de cariño a Tuenti, nunca le hubiese conocido de no ser por esa vía.
– Mujer, no seas exagerada, hay un mundo fuera de la red –dije.
– Mira, cari, tú no puedes entenderlo porque no estás metida dentro, pero yo estaba pasando por una muy mala época cuando conocí a Eduardo. Y gracias a muchas noches de chat, descubrí a la gran persona que había tras VARON88.
– ¿Perdón? –no pude evitarlo. Se me escapó la risa.
– Ése era su alias en el chat –me contestó muy, pero que muy seria. Acojonaba.
– Bonito nombre –dije sumisa.
– ¿Y aún continúa con sus problemas? –le preguntó la social-Pérez.

Lucía nos miró a todas y, al comprobar que el resto estaban repartidas en varias conversaciones, nos contestó a la Perez y a mí, como si confesara un secreto.

– Ya no tanto como al principio, pero aún sigue. Continúa el tratamiento.
– ¿Y cada cuánto le da? –la social-Pérez le puso la mano en el hombro mirándola con una cara de pena fingida que daba gusto.
– Generalmente, dos veces por semana.
– ¡Abufff!

Juro que no tenía ni la más remota idea de lo que estaban hablando. La mezcla del macarrónico encriptado que estaban utilizando se me escapaba hasta de los dedos de los pies.

Quizá VARON88 fuera un maníaco compulsivo que sentía la necesidad de conectarse al Tuenti todos los días a las doce de la noche, como una especie de licántropo de redes sociales. O a lo mejor el hombre tenía sus necesidades sexuales y estaba enganchado a una web de señoritas de pago.
¿Y si era un hacker?

El camarero se acercó a retirar el plato del exquisito risotto que me acababa de comer, e insistió en cambiarme los cubiertos -acto que agradecí enormemente, y que además, no tuvo con el resto. No sé cuál fue el movimiento que efectuó para que, haciendo palanca, saliera el tenedor disparado a la cabeza de Rosa (la del pelo rojo y llena de piercings).

– ¡Ohh! ¡Scusa signorina! ¡Scusa!

Uhmm…italiano, pensé. En este momento hasta un histriónico siciliano me parecería liviano. Además, estaba impresionante. Sus manos eran fuertes y robustas.

Terminado el show de disculpas y rojeces varias entre las comensales, el amable chico se agachó al lado de mi silla para recoger mi servilleta, que había caído con la historia del tenedor. Subió lentamente y, haciendo ver que tomaba mi pierna como punto de apoyo, me magreó bien el muslo hasta casi llegar entre las piernas. Instintivamente, le puse la mano encima y me recoloqué el vestido.

-Huy, ¿llevas medias con liguero? –la social-Pérez que estaba a mi lado derecho ya estaba inspeccionando la zona-. Qué sexy, qué sexy…
– ¿Vamos al baño y mejor te lo enseño? –contesté sin pensar, e imagino que con alguna cara algo salvaje.
– ¡Vale!
– Era de broma –concluí.

Con quien quiero irme al baño es con el siciliano y olvidarme de todas vosotras.

La escena del tenedor fue la que (gracias, tenedor) hizo distorsionar la árida conversación de redes y demás historias cibernéticas, y se progresó a una interesantísima e innovadora charla de entes masculinos.
También finalmente adiviné que VARON88 sufría un problema de poluciones nocturnas agudo que le perseguía desde muy pronta edad (no voy a sacar conclusiones de esto último, que luego me tildan de cruel; lo dejo a la libre imaginación del lector).
Después de los postres y cafés, corrieron unas cuantas rondas de chupitos. La botella de limoncello que nos dejaron en la mesa descendía a una velocidad espectacular. Nunca suelo tomar este tipo de licores dulzones porque me sientan fatal, pero en aquella ocasión decidí suicidarme lentamente con el sabor de limón en mis labios.

Hubo un momento en el que parecía que estaba bajo los efectos de cualquier alucinógeno. Se me mezclaban las conversaciones de Messenger con moda, Facebook con maternidad, Tuenti con poluciones nocturnas, HI5 con infidelidades, Skype con bolsos y zapatos.

A lo lejos y muy difuminada, veía cómo Patricia Rodríguez, con una inmensa cara de vinagre, no dejaba de repetir lo perra que es la vida y lo infectada que está la sociedad… todo esto, mientras lucía un estiloso mono prenatal que cubría su bombo de unos siete meses.
Sí, estaba embarazada.

Al otro extremo, Rosa (la del pelo rojo y mil perforaciones en la cara), reía a carcajada limpia a la vez que flirteaba con el guapísimo camarero. Hasta en una de las ocasiones, me pareció verla sacando la lengua para mostrarle el piercing fluorescente que llevaba incrustado en la lengua.

Sin comentarios.

Y a mi lado, Lucía (la dama del VARON88), se quedó dormida. No daba crédito a todo lo que veían mis ojos. ¡Dormida! Cierto es que ella misma nos estuvo hablando de su hipersomnia diurna, y de las dificultades que conllevaba esa enfermedad para la vida cotidiana, pero no imaginaba que se quedara frita en ese evento.

Con toda esta situación, y viendo lo obesa que estaba, pensé en si sufriría el síndrome de Pickwick. Recientemente había leído acerca de la enfermedad, y recordaba perfectamente los síntomas: somnolencia excesiva, alteraciones de humor y carácter, falta de apetito sexual… todo ello debido a un exceso de grasa corporal.

Pobre Lucía, y pobre VARON88.

Mientras observaba orejas y uñas para averiguar si estaban azuladas -eso también es típico en la enfermedad, debido a la falta de oxígeno-, el camarero se acercó para preguntarme si deseaba algo más. Di un trago de agua fría y le sonreí. Él me guiñó un ojo y se fue hacia los servicios.

Noté lo bien que me había sentado aquel trago de agua. Pareció que todo volvía a su lugar, y las caras de las comensales empezaban a tomar su forma natural.
Me levanté y busqué el baño.

Al entrar me lo encontré cargando unas cajas de botellas. Cuando hice ademán de abrir la puerta del de “señoritas”, agarró mi vestido y, como en un paso de tango, me llevó a su boca quedándome totalmente pegada a su cuerpo.
Mordió mis labios mientras me empujaba para un cuarto que debería ser el almacén.
Cerró la puerta, echó el cerrojo, y me dio la vuelta para que me apoyara encima de todas aquellas cajas de botellas vacías. Todo ocurrió en milésimas de segundo.

A lo perro, y muy salvaje, me levantó el vestido hasta la cintura y empezó a morderme las nalgas. En aquel momento me di cuenta de lo mareada que continuaba, la cabeza empezó a darme vueltas de nuevo, pero me encantaba el arrebato; esperaba como loca sentir su paquete en mi trasero.
Empecé a escuchar cómo se desabrochaba el pantalón a la vez que frotaba su pelvis contra mi culo. Me estaba poniendo furiosa y con unas ganas tremendas de que me follara ahí encima de todas aquellas sucias y desordenadas cajas, cuando de repente llamaron a la puerta.
No reaccionó a los tres primeros toques, pero a los siguientes se puso tieso como un cirio abrochándose de nuevo.

No puede ser. Está claro que hoy no debería haber salido de casa.

Entreabrió un poco la puerta y charloteó con –imagino- algún compañero o superior suyo.
Me coloqué el vestido en su sitio y me pidió disculpas por el numerito. Le hubiese abofeteado allí mismo, lo juro. Se me pasó el mareo de golpe.
Hablaba muy mal el español, y tanta disculpa en aquel empalagoso acento me estaba empachando. Le dije que no se preocupara y le di un beso cortés en la mejilla antes de cruzar la puerta.

Me volvió a estirar del vestido –esta vez ya me molestó- y me volvió a besar.

– Princesa, dame tu Facebook.
– ¿Perdón?
– Sí, tu Facebook, o tu Messenger, ¿te anoto el mío?

 Esto es una jodida broma. Quiero morirme.

Le quité la mano del vestido y, por no asesinarlo, salí de aquel cuarto sin mirar atrás.
Pasé de largo la mesa de las antiguas alumnas, pagué mi parte de la cuenta, dejé una buena propina, me puse el abrigo, y salí por la puerta.

En la calle hacía un frío de muerte, pero aún así estuve andando un buen rato.
Por un instante tuve el pensamiento de ir a beberme cualquier bar, pero la idea se desvaneció pronto de mi cabeza y continué andando hasta altas horas de la madrugada. No era un día para más experimentos.

 

¿Por qué al culo no le llaman culo?

¿Os habéis preguntado esto alguna vez?

¿Y por qué a menudo le llaman culete? ¿Existe algún tipo de pudor al pronunciar la palabra culo? ¿Creéis que es fea la palabra?

Nunca me he topado con una dependienta que diga culo; dicen culete, y con una sonrisa tierna como si tuvieran un bebé entre las manos.

Yo no les pido que digan trasero, cachas o retaguardia, pero… ¿culete?

Y pompis, también lo llaman pompis. Es desastroso.

Imagino que la vergüenza a llamar a las partes íntimas por su nombre, nos ha llevado a hacer un uso desmesurado de sinónimos, y no siempre resultan agradables (sobretodo para el público femenino), por ejemplo:

Culete: Palabra transformada a diminutivo para que, fonéticamente,  resulte más agradable al oído. Utilizada generalmente por dependientas de ropa, esteticistas, y demás profesionales relacionadas con el mundo de la moda y estética.

Pompis: Cursi conjunto de letras para obviar la palabra maldita. La suelen emplear las madres, abuelas, suegras, y modistas que nos arreglan los bajos de los pantalones. En ocasiones las farmacéuticas para vender productos anticelulíticos.

Pandero: Comparación con el conocido instrumento árabe. Instrumento que, para quién no lo sepa, es más grande que la pandereta. A día de hoy, en poco uso la palabra cómo sinónimo, pero ojo cuando eso ocurre. Frecuentemente utilizada por gente mayor, o malas amigas.

Trasero: Éste ya me gusta más. Quién dice trasero ya ha pasado por el culo unas cuantas veces (y no sólo en sentido literal). Trasero es descarado y vulgar, pero agradecido al oído. Es pasional y callejero… Trasero es chabacano y suena fuerte, pero gusta. Muy usado por trabajadores de la obra, gamberros y canallas…También idóneo en cualquier momento de arrebato sexual.

Posaderas: Le ocurre algo parecido que al pandero, con la diferencia de su inquietante pluralidad. Vendría a ser algo así como decir: nalgas sedentarias (y  todos sabéis qué ocurre cuando las nalgas se vuelven perezosas). Afortunadamente, poco utilizada.

Retaguardia: Creo que ésta es demasiado larga para la correcta definición de culo. Me parece una palabra seria, además de fea. Personalmente no la he escuchado más allá del cine español de  finales de los setenta y década de los ochenta. ¿No os imagináis a Esteso o a Pajares con esa mirada cómica-lasciva pronunciándola? Yo sí.

Y creo que éstas vendrían a ser las más empleadas como sustitución de la palabra maldita.

Pues qué queréis que os diga, a mí me gusta la palabra culo y siempre me gustará. Creo que lo engloba todo. Eso sí, hay que saber pronunciarla según el contexto, ya qué, no es lo mismo decir: “vaya cuuuuuulo…”, que decir: “necesito una pomada para el culo…”, la gracia está en acortar o alargar la «u». Veréis, haced la prueba ahora mismo con la persona más cercana que tengáis. Ya si eso, luego me contáis las reacciones.

¡Buen fin de semana!

 

El día que me llevaron engañada a una reunión Tupper Sex

Era el cumpleaños de Marta y acepté la invitación a la fiesta sorpresa que le habían montado varias amigas del instituto.

Marta: la buenaza del grupo.

Quedamos el sábado por la tarde sobre las seis y media en el Zurich. OK.
El evento, organizado por la más grande de las organizadoras de todas las celebraciones desde que somos niñas:

 La histriónica y depresiva Raquel.

Siempre me han dado miedo las fiestas que organiza esta mujer, pero también es cierto que si no lo hace ella no hay fiestas.
Me duché rápidamente, me vestí a toda prisa, y me largué hacia el punto de queda.
El Zurich, como siempre, a tope, pero no me costó mucho encontrarlas, gracias a unos sombreros en forma de penes que cubrían sus cabezas.
Fui hacia ellas y las saludé. Ellas se reían y tocaban sus sombreros con ilusión, mirando al resto de la terraza que las observaban como si estuvieran majaras.

– ¡Sorpresa! –dijo Raquel mientras me encasquetaba uno de esos gorritos.
– Hola, Raquel –le di un par de besos.
– ¿Y qué me dices de todo esto? –me preguntó victoriosa.
– Bueno, ¿no íbamos a una fiesta de cumpleaños?, porque parecemos salidas de una despedida de soltera de esas cutres.
– ¡Oh, ya llegó la aguafiestas! Le hemos preparado a Marta un cumple que le va a encantar.

Por un momento se me pasaron miles de cosas por la cabeza, pero llegué a la conclusión de que no merecía la pena estamparle el sombrerito a Raquel -que tan excitada estaba-, al fin y al cabo, ésas son un grupo de amigas del instituto a las que veo muy poco, y tampoco era plan de aguarles el festín que tanta ilusión les hacía.
Llegamos al piso y allí habían unas once mujeres más, de edades muy dispares –imagino que familiares o amigas de la homenajeada-, pero me llamó la atención el hecho de que sólo fuéramos mujeres.
Llegó Marta y le dimos la sorpresa, se emocionó y destapó un montón de regalos, pero mientras comíamos pastel, una llamada al timbre originó un montón de risas histéricas y una cálida complicidad entre todas (menos Marta y yo).

Un stripper, pensé.

Ante aquella emoción generada, Raquel nos hizo “shhhhhhhhh” con el dedo índice en sus morritos, y, sigilosamente, cual pantera rosa, se dirigió a la puerta.
Entró una mujer que no sabía andar con tacones, un maletín más grande que ella, y dijo:

-¡Hola chicas! Soy Davinia, organizadora de Tupper Sex, y estoy aquí, para dar una sorpresa a… a…

No se acuerda del nombre de la anfitriona, me dije.

– ¡Marta! –dijo Raquel.
– ¡Eso es! ¡Marta! ¡Todas tus amigas te acaban de regalar una sesión de Tupper Sex!

Davinia: organizadora premenopáusica de Tupper Sex.

Todas empezaron a aplaudir. No daba crédito a lo que estaban viendo mis ojos, parecía una broma de mal gusto, un sueño, una gran putada… no sé, me quedé helada. Pero no me quedaba más remedio que aguantar todo aquello, así que conté hasta veintitrés y me resigné.
En la mesa baja delante del sofá, desplegaron aquel enorme maletín lleno de juguetitos para el placer: aceites corporales para masaje, vibradores de distintas formas, antifaces con lentejuelas, plumas, condones de colores, muñequitos con mando a distancia, polvos corporales, pinturas comestibles, velas, juegos de mesa… En un momento dejaron la mesa hecha un cristo.
A una de las mujeres más mayores que había, le entró un ataque de risa que yo creía que se nos quedaba allí.
Al fin se calmó y se lanzó a coger el consolador más grande que la organizadora había dejado allí encima.
Lo cogió y se lo acercó a la boca sin ninguna contemplación hasta que alguien exclamó:

– ¡Yaya! ¡Espere! Que la instructora nos tiene que explicar muchas cosas aún.

La yaya lo lanzó encima de la mesa como si un calambrazo le hubiera dado, y continuó desternillándose junto a todas las demás.

– Bueno, bueno, chiiiiiicas, un poco de calma que esto sólo acaba de empezar, y nos quedan dos horas por delante –dijo la instructora toda pizpireta.

¿Dos horas?, ¡¿HA DICHO DOS HORAS?! Me quería morir.

– Antes de nada, deciros que Tupper Sex es una reunión para pasarlo bien, para que aprendamos a conocer más nuestro cuerpo y el de nuestros amantes, para gozar con naturalidad de los cinco sentidos, y aprender a ver el sexo como algo natural y desinhibido.

Esto le ha costado dios y gloria aprendérselo.

– Comentaros, chicas, que si en algún momento algo os ofende o tenéis cualquier duda, sólo tenéis que comunicármelo.

Sí, levantando la mano.

– Os entrego a cada una de vosotras un mini pene, cuando tengáis cualquier consulta, sólo tendréis que levantarlo.

Joder, ¿por qué me pasan a mí estas cosas?

Nos repartió los mini penes a todas mientras se colocaba bien el sujetador por debajo la blusa. La abuela no esperó a que estuvieran todos repartidos que ya lo tenía otra vez en la boca.
Empezó la gran reunión con una presentación de los productos cosméticos. Nos contaba de qué modo hay que aplicar un aceite encima de la piel, cómo lamer un producto una vez untado, cómo retirarlo de modo sensual… Todo esto, acompañado de una escenografía de la organizadora digna de una pésima producción porno.
Luego llegó el momento “juguetitos”; el más excitante para todas ellas.
Nos presentó desde el consolador más cursi con colores ácidos y formas ergonómicas, hasta el más negro y gordo (os podéis imaginar cual de ellos eligió la yaya).
Plumas, huevos vibradores, juegos de mesa… y así hasta llegar al sado suave.
El momento más remarcable del evento, diría que fue cuando nos quiso dar una clase de anatomía humana, como si fuéramos auténticas lerdas.
Con aquella manicura mal hecha, agarró toscamente un falo de encima la mesa y empezó a contarnos las miles de terminaciones nerviosas que se encuentran en un pene (dígase con la pe muy marcada para que quede claro que hay que llamar a las cosas por su nombre y sin tapujos).

– A ver chiiiicas, vamos a imaginar que es un ppppppene de verdad. A ver, tú misma, acércame las bolas chinas que nos servirán de testículos.

Le alargué las bolas chinas para que pudiera seguir con su brillante representación, y continuó explicándonos cómo debíamos tratar una verga.
Todas ellas escuchaban atentamente, pero ahora ya sin risas. Parecían niños en un parque de atracciones por primera vez.
Cuando llegó el momento en que se puso un condón en la boca para mostrarnos cómo calzarlo sin manos, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no desternillarme de la risa, pero una vez más lo conseguí.

Jamás olvidaré el sonido en el látex producido por los dientes de Davinia.

Aunque a regañadientes, todo aquello me sirvió para contemplar que el comportamiento de unas veinte mujeres de distintas edades y culturas, era exactamente igual ante una exposición o charla de sexo. Lo que a mí me parecía una cursilada empalagosa, a ellas les inquietaba por prohibido o incluso perverso.
Y lo que realmente me parece perverso, es que les quieran introducir al maravilloso mundo del sexo de este modo. Roza la más pura depravación.

Les podría recomendar una buena sesión de Salieri o Private junto a sus respectivas parejas, mucho más excitante y productivo. Pero no era día para más experimentos.