Democracia, ¡hostias!

Autor desconocido. Si lo conoces, ponte en contacto conmigo. Gracias.
A Borja y Pachuca les encanta pasear por las callejuelas del centro histórico de Madrid. El Madrid de los Austrias- pronuncia ella con auténtica devoción-, ése en el que solo caminando puedes respirar su historia por cada uno de sus rincones.
Para Borja y Pachuca es uno de los pequeños placeres de la vida. No hay ni un solo año que dejen de visitar la capital española, dicen que –al igual que Londres o París- son inmensamente felices en ella.
El taxi les espera todos los años en Barajas para dejarles en la Puerta del Sol, donde les gusta empezar su visita turística.
Sol, el corazón de la ciudad. A Pachuca le fascina esa enorme plaza rodeada de comercios conocidos y gente de todo el mundo inmortalizando instantes con sus cámaras compactas atosigando al pobre oso, que hasta los cojones de tanto flash, sujeta el madroño.
¡Es taaaaaan divina…! Siempre pronuncia las mismas palabras nada más bajar del taxi. Pero este año ha sido distinto.
Al postrar sus pies en los alrededores de la plaza se ha encontrado con una gran multitud de gente haciendo –imagina- una manifestación.

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9 Songs: una delicia para el paladar

Siempre que tras ver una película, siento la imperiosa necesidad de seguir indagando y descubriéndola más, es que me ha impresionado.

Me gusta este tipo de cine, de hecho es el que me hace vibrar. Algunos dicen que soy muy cerrada en el ámbito cinematográfico, aunque yo pienso que soy precisamente todo lo contrario. Cuando alguien es extremadamente sensible, se fija en pequeños detalles quizás imperceptibles por los no tan sensibleros. Y esto, como en cualquier otro arte, nos permite una degustación muy satisfactoria.

9 Songs (Nueve canciones) es un film que me ha hecho pensar: me ha hecho pensar en el instante de estar viéndola; me ha hecho reflexionarla los días siguientes de verla; y me ha hecho seguir recordándola con un sentimiento completamente agridulce. Me gustan las sensaciones agridulces, llamadme bicho raro, pero ese cosquilleo en el estómago, o el nudo en la garganta al mismo tiempo que late la excitación en mi bajo vientre es impagable.
Al menos en mí, el director ha conseguido lo que creo que buscaba: un fluir de sensaciones que combinan deliciosamente bien entre ellas: amor, anhelos, sexo y angustia.

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Las redes sociales y yo

21:30. Restaurante Chaplin. Cena de antiguas alumnas.

A medida que me iba acercando a la puerta trataba de reconocer algunas caras que esperaban delante el restaurante. Reconocí a Marta Pérez, que conservaba el mismo perfil de bruja, con la nariz puntiaguda y el mentón sobresalido, eso sí, con unos cuantos kilos de más. A Rosa también la reconocí, me llamó la atención la intensidad del rojo que llevaba en el pelo y el exceso de perforaciones en su rostro.

Me acerqué a ellas.

– ¡Abril! –gritó la Pérez. No hizo falta presentarme ya que me reconocieron al instante.
– Hola –dije. Y entramos al restaurante donde esperaba el resto.

Reparticiones de besos y, por consiguiente, el inevitable intercambio de perfumes, roces faciales… algún que otro achuchón, risas, repasos de la cabeza a los pies -con esa fingida sonrisa que tanto han estudiado enésimas veces frente al espejo, pero que, inevitablemente, está preparada para esas situaciones en las deciden fulminarte con la mirada, como si tuvieran rayos X en los ojos – que dan más miedo que otra cosa. Y exclamaciones tipo: ¡qué guapa!, ¡qué cambio!, ¡qué look!, ¡qué ilusión!

Vamos a llamarlo la escena quéqué.

La patética escena hasta que un amable, preocupado y atractivo camarero (estábamos estorbando en medio del pasillo del restaurante), nos invitó a llevarnos a la que sería nuestra mesa.

Mientras seguíamos al chico, tuve un importante bajón anímico que me hizo pensar en esfumarme sin decir nada, pero me obnubiló el contoneo del monumental culo de Isabel García bajando las escaleras. Qué culo más grande, ¡dios santo! Esta chica antes no tenía ese trasero. Me turbó aquella inmensidad acompañada del movimiento rimbombante hasta que finalmente se sentó en la silla.

– ¿Y qué tal, Abril?, ¿qué me cuentas?, ¿qué es de tu vida?, ¿no estás en Facebook, verdad?

Ya empezamos, pensé.

– No, Isabel, la verdad es que no me llama mucho la atención eso de las redes sociales.
– Qué rara eres, mujer, ¡pero si está todo el mundo!
– ¿De qué habláis? –se interpuso Marta Pérez, como siempre.
– Abril, que no está en el face, tía.
– ¿Que qué?, jajajaja, ¿en serio? Ahora que lo dices, es verdad, te busqué por tu nombre y apellidos y me salieron dos chicas, pero enseguida supe que no se trataba de ti, eran mucho más jóvenes –imagináosla pronunciando las dos últimas palabras disparando con los ojos los rayos de los que antes os hablaba-. Pero les envié una solicitud de amistad igualmente, y ahora las tengo en mi red. Hay una de ellas que sus padres han nacido donde mi madre, fíjate qué casualidades tiene la vida, jejejeje…
– ¿Y envías solicitudes de amistad a gente a la que estás segura que no conoces?- pregunté.
– Eso es tela de peligroso, Marta –dijo Isabel, yo no lo hago nunca. Bueno, sólo al principio, cuando era una pardilla del face.

¿Ha dicho pardilla del face?, me pregunté.

-¡No pasa nada! Luego, si no te interesa, lo eliminas de tu red y listos- contestó pizpireta.
– Es que Marta siempre ha sido tan extrovertida y social… -dijo Isabel con admiración.

Esta interesante conversación fue la que tuve mientras el resto se iban acomodando a la mesa. Y en un estupendo y envolvente sonido estéreo. Pensé una vez más en la mala suerte que tenía por sentarme al lado de la súper más súper de todas las súpers. Me esperaba una cena de lo más apasionante.

Después de las elecciones de platos y los correspondientes comentarios de dietética, se decidieron con el menú.

Sangría. Ya tardan.

– ¡Escuchad, guapas! ¿Os parece bien si pedimos sangría para todas? –chilló Sonia Rueda.
– ¡¡Síiiiiiiiii!! –contestaron todas a la vez.

¿Por qué en este tipo de reuniones siempre reina la sangría a raudales?
Es algo que siempre he observado y me ha dejado atónita, no puedo entender cómo se pueden beber semejante mezcla llena de tropezones flotantes.
En fin. En cuanto pude, pedí al camarero un Ribera, que por cierto, resultó delicioso, y me ayudó posteriormente a amortiguar mejor los golpes.

– ¡Chin chin! –nos levantamos alzando las copas, y brindamos.
– ¡Por esos encuentros, y para que se repitan con más frecuencia! –habló la Pérez, como no podía ser de otro modo.
– ¡¡Por el reencuentro!!

Los dos camareros empezaron a servir los platos.

– ¡Gracias, guapetón! –chilló Esmeralda. Todas se rieron.

La verdad es que estaban muy bien, sobretodo uno de ellos.

– Se parece a uno que me invitó ayer por Facebook –dijo la Pérez.

– ¿Hablas del morenazo que te manda regalos día sí día no? –preguntó Esmeralda.

– No, ése es otro que ya conocía del HI5.

– ¿Regalos? ¿Te manda regalos? ¿Y lo conociste ayer? ¿Le diste tu dirección? –pregunté.

– ¡Jajajaja! –empezaron a reírse.

– Parece que Abril no está muy puesta en el mundillo cibernético. Regalitos que te mandan a través del Facebook: besos, flores, guiños…
– Aaaaaaaah… -dije.
– En realidad molaban más los “fives” de HI5, pero es que ahora casi toda la peña está en Face –dijo la social-Pérez dirigiéndose a las demás.
– Pues yo sigo prefiriendo los antiguos “cutes”, eran más graciosos, no sé, como más profundos –Lucía Santos intervino a la conversación.

Profundos, sí; ha dicho profundos. Y por el contexto, imagino que están hablando de guiños amarillos estilo Messenger. Vamos progresando, Abril.

– Lucía conoció al que es su actual marido a través de HI5, ¿verdad, Lucía? –dijo una de ellas.
– En realidad fue a través de Tuenti, me envió la invitación una amiga, y luego nos mudamos a HI5, hasta que él me agregó al Messenger.
– Tuenti es un coñazo –dijo… ya no me acuerdo quién lo dijo.
– Sí, pero yo le tengo un montón de cariño a Tuenti, nunca le hubiese conocido de no ser por esa vía.
– Mujer, no seas exagerada, hay un mundo fuera de la red –dije.
– Mira, cari, tú no puedes entenderlo porque no estás metida dentro, pero yo estaba pasando por una muy mala época cuando conocí a Eduardo. Y gracias a muchas noches de chat, descubrí a la gran persona que había tras VARON88.
– ¿Perdón? –no pude evitarlo. Se me escapó la risa.
– Ése era su alias en el chat –me contestó muy, pero que muy seria. Acojonaba.
– Bonito nombre –dije sumisa.
– ¿Y aún continúa con sus problemas? –le preguntó la social-Pérez.

Lucía nos miró a todas y, al comprobar que el resto estaban repartidas en varias conversaciones, nos contestó a la Perez y a mí, como si confesara un secreto.

– Ya no tanto como al principio, pero aún sigue. Continúa el tratamiento.
– ¿Y cada cuánto le da? –la social-Pérez le puso la mano en el hombro mirándola con una cara de pena fingida que daba gusto.
– Generalmente, dos veces por semana.
– ¡Abufff!

Juro que no tenía ni la más remota idea de lo que estaban hablando. La mezcla del macarrónico encriptado que estaban utilizando se me escapaba hasta de los dedos de los pies.

Quizá VARON88 fuera un maníaco compulsivo que sentía la necesidad de conectarse al Tuenti todos los días a las doce de la noche, como una especie de licántropo de redes sociales. O a lo mejor el hombre tenía sus necesidades sexuales y estaba enganchado a una web de señoritas de pago.
¿Y si era un hacker?

El camarero se acercó a retirar el plato del exquisito risotto que me acababa de comer, e insistió en cambiarme los cubiertos -acto que agradecí enormemente, y que además, no tuvo con el resto. No sé cuál fue el movimiento que efectuó para que, haciendo palanca, saliera el tenedor disparado a la cabeza de Rosa (la del pelo rojo y llena de piercings).

– ¡Ohh! ¡Scusa signorina! ¡Scusa!

Uhmm…italiano, pensé. En este momento hasta un histriónico siciliano me parecería liviano. Además, estaba impresionante. Sus manos eran fuertes y robustas.

Terminado el show de disculpas y rojeces varias entre las comensales, el amable chico se agachó al lado de mi silla para recoger mi servilleta, que había caído con la historia del tenedor. Subió lentamente y, haciendo ver que tomaba mi pierna como punto de apoyo, me magreó bien el muslo hasta casi llegar entre las piernas. Instintivamente, le puse la mano encima y me recoloqué el vestido.

-Huy, ¿llevas medias con liguero? –la social-Pérez que estaba a mi lado derecho ya estaba inspeccionando la zona-. Qué sexy, qué sexy…
– ¿Vamos al baño y mejor te lo enseño? –contesté sin pensar, e imagino que con alguna cara algo salvaje.
– ¡Vale!
– Era de broma –concluí.

Con quien quiero irme al baño es con el siciliano y olvidarme de todas vosotras.

La escena del tenedor fue la que (gracias, tenedor) hizo distorsionar la árida conversación de redes y demás historias cibernéticas, y se progresó a una interesantísima e innovadora charla de entes masculinos.
También finalmente adiviné que VARON88 sufría un problema de poluciones nocturnas agudo que le perseguía desde muy pronta edad (no voy a sacar conclusiones de esto último, que luego me tildan de cruel; lo dejo a la libre imaginación del lector).
Después de los postres y cafés, corrieron unas cuantas rondas de chupitos. La botella de limoncello que nos dejaron en la mesa descendía a una velocidad espectacular. Nunca suelo tomar este tipo de licores dulzones porque me sientan fatal, pero en aquella ocasión decidí suicidarme lentamente con el sabor de limón en mis labios.

Hubo un momento en el que parecía que estaba bajo los efectos de cualquier alucinógeno. Se me mezclaban las conversaciones de Messenger con moda, Facebook con maternidad, Tuenti con poluciones nocturnas, HI5 con infidelidades, Skype con bolsos y zapatos.

A lo lejos y muy difuminada, veía cómo Patricia Rodríguez, con una inmensa cara de vinagre, no dejaba de repetir lo perra que es la vida y lo infectada que está la sociedad… todo esto, mientras lucía un estiloso mono prenatal que cubría su bombo de unos siete meses.
Sí, estaba embarazada.

Al otro extremo, Rosa (la del pelo rojo y mil perforaciones en la cara), reía a carcajada limpia a la vez que flirteaba con el guapísimo camarero. Hasta en una de las ocasiones, me pareció verla sacando la lengua para mostrarle el piercing fluorescente que llevaba incrustado en la lengua.

Sin comentarios.

Y a mi lado, Lucía (la dama del VARON88), se quedó dormida. No daba crédito a todo lo que veían mis ojos. ¡Dormida! Cierto es que ella misma nos estuvo hablando de su hipersomnia diurna, y de las dificultades que conllevaba esa enfermedad para la vida cotidiana, pero no imaginaba que se quedara frita en ese evento.

Con toda esta situación, y viendo lo obesa que estaba, pensé en si sufriría el síndrome de Pickwick. Recientemente había leído acerca de la enfermedad, y recordaba perfectamente los síntomas: somnolencia excesiva, alteraciones de humor y carácter, falta de apetito sexual… todo ello debido a un exceso de grasa corporal.

Pobre Lucía, y pobre VARON88.

Mientras observaba orejas y uñas para averiguar si estaban azuladas -eso también es típico en la enfermedad, debido a la falta de oxígeno-, el camarero se acercó para preguntarme si deseaba algo más. Di un trago de agua fría y le sonreí. Él me guiñó un ojo y se fue hacia los servicios.

Noté lo bien que me había sentado aquel trago de agua. Pareció que todo volvía a su lugar, y las caras de las comensales empezaban a tomar su forma natural.
Me levanté y busqué el baño.

Al entrar me lo encontré cargando unas cajas de botellas. Cuando hice ademán de abrir la puerta del de “señoritas”, agarró mi vestido y, como en un paso de tango, me llevó a su boca quedándome totalmente pegada a su cuerpo.
Mordió mis labios mientras me empujaba para un cuarto que debería ser el almacén.
Cerró la puerta, echó el cerrojo, y me dio la vuelta para que me apoyara encima de todas aquellas cajas de botellas vacías. Todo ocurrió en milésimas de segundo.

A lo perro, y muy salvaje, me levantó el vestido hasta la cintura y empezó a morderme las nalgas. En aquel momento me di cuenta de lo mareada que continuaba, la cabeza empezó a darme vueltas de nuevo, pero me encantaba el arrebato; esperaba como loca sentir su paquete en mi trasero.
Empecé a escuchar cómo se desabrochaba el pantalón a la vez que frotaba su pelvis contra mi culo. Me estaba poniendo furiosa y con unas ganas tremendas de que me follara ahí encima de todas aquellas sucias y desordenadas cajas, cuando de repente llamaron a la puerta.
No reaccionó a los tres primeros toques, pero a los siguientes se puso tieso como un cirio abrochándose de nuevo.

No puede ser. Está claro que hoy no debería haber salido de casa.

Entreabrió un poco la puerta y charloteó con –imagino- algún compañero o superior suyo.
Me coloqué el vestido en su sitio y me pidió disculpas por el numerito. Le hubiese abofeteado allí mismo, lo juro. Se me pasó el mareo de golpe.
Hablaba muy mal el español, y tanta disculpa en aquel empalagoso acento me estaba empachando. Le dije que no se preocupara y le di un beso cortés en la mejilla antes de cruzar la puerta.

Me volvió a estirar del vestido –esta vez ya me molestó- y me volvió a besar.

– Princesa, dame tu Facebook.
– ¿Perdón?
– Sí, tu Facebook, o tu Messenger, ¿te anoto el mío?

 Esto es una jodida broma. Quiero morirme.

Le quité la mano del vestido y, por no asesinarlo, salí de aquel cuarto sin mirar atrás.
Pasé de largo la mesa de las antiguas alumnas, pagué mi parte de la cuenta, dejé una buena propina, me puse el abrigo, y salí por la puerta.

En la calle hacía un frío de muerte, pero aún así estuve andando un buen rato.
Por un instante tuve el pensamiento de ir a beberme cualquier bar, pero la idea se desvaneció pronto de mi cabeza y continué andando hasta altas horas de la madrugada. No era un día para más experimentos.

 

Plegaria a la masturbación femenina

Hoy me ha venido a la cabeza una conversación que mantuve hace unos días con alguien a quien quiero muchísimo.
Hablábamos acerca de la fiel costumbre -practicada por muchos humanos-, de rezar antes de acostarse.
Yo no soy creyente y él tampoco, y le preguntaba si había rezado en algún momento de su vida antes de dormir. Me dijo que sí, que en una época lo hizo, y me recitó un breve Padrenuestro que yo no fui capaz de seguir porque no tenía ni idea de cómo era. Pero en aquel momento recordé que hubo una época de mi infancia en la que también seguí la costumbre de rezar una oración antes de acostarme; un Ángel de la Guarda que me enseñó mi abuela en su día.
Mi abuela me había contado que recitando esas palabras todos los días antes de dormir, conseguiría estar tranquila de los malos espíritus y demás cosas malas que me pudieran ocurrir en la vida.
Le comentaba a mi compañero que recordaba ese rutinario rezo como un acto bastante pesado. Lo recitaba con mucha rapidez, ya que también fue la época en la que descubrí el maravilloso mundo de la masturbación.

– ¿Te masturbabas todos los días? –me preguntó él.
– Sí.
– ¿Antes o después de la oración?
– Después. Lo dejaba para lo último porque era lo que más me gustaba, así me quedaba más relajada para dormir.
– ¡Pero eso es pecado! –se reía a carcajadas.
– ¿Tú crees que una buena paja antes de irse a dormir es pecado?

Él continuó riéndose. Pensé en la cuestión del asunto y también me reí.

– No creo que te sirviera de nada tu Ángel de la Guarda en ese orden –me insistió.
– No, si al cabo de poco tiempo, cuando me di cuenta de que la vida seguía siendo igual de perra, y de que no existían los ángeles protectores; lo dejé y no recé nunca más.
– Únicamente guardabas ese momento para “tu masturbación” – dijo.
– Sí, pero con la diferencia de que el gustazo duraba el doble.

Y realmente recuerdo perfectamente mis primeras masturbaciones.

La tensión de que no entrara mi madre en la habitación, las curiosidades con los objetos fálicos al tener el primer contacto con mi vagina, y las miles de posibilidades que existían para satisfacer mis deseos de mujer.
Pienso que la masturbación es uno de los factores más importantes en el abismal mundo de la sexualidad –tanto femenina como masculina-, conocerse a sí mismo es lo mejor del mundo, y abre muchas puertas para una buena vida sexual también con otros seres humanos.

Os cuento todo esto, porque la página web que os voy a presentar a continuación es de las pocas páginas dedicadas exclusivamente a la masturbación femenina.
La primera vez que la vi, me sorprendió bastante, ya que no estamos acostumbrados a encontrarnos con espacios para adultos con esa sensibilidad y buen gusto.
Mujeres masturbándose. Generalmente solas, y a veces acompañadas: una maravilla. La mejor plegaria a la masturbación femenina en forma de web.

Besos.

www.ifeelmyself.com