El aroma de los recuerdos

Huele a Semana Santa. La Semana Santa desprende un olor especial. Pero es un perfume efímero, que se evapora cuando termina la semana, un olor que cuesta mucho evocar cuando los días no son santos, lleno de recuerdos mágicos; de los primeros aromas florales, del primer chapuzón del año en el mar, de cirios quemándose bajo el ritmo monótono de las procesiones… olor de leña.
Las semanas santas las recuerdo con especial ternura. ¡Eran unas vacaciones tan distintas a las navideñas! Sin frío, sin eternas comilonas familiares con villancicos desafinados de fondo y, sobre todo, sin la angustia del último día: el de reyes. Regresar al cole al día siguiente de reyes era la mayor putada para un niño (mis pobres y recién estrenados Ken y Barbie permanecían en posición del misionero hasta el fin de semana siguiente… y encima en pelotas).
La Semana Santa era diferente. El preludio del buen tiempo me excitaba, y el hecho de huir de la ciudad para escapar al pueblo con la familia me revolucionaba. El pueblo de mi abuela… la casa de mi abuela… la autoridad de mi abuela… el rostro de mi abuela… y su olor.

Yo en el pueblo siempre era feliz. Allí me convertía en lo que realmente era; o en lo que realmente no era pero siempre quise ser (esto aún no lo sé).

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