Algunas pinceladas de Helmut Newton

Como muy bien dijo Herman Hesse, la belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla.
Os habla una esteta confesa, ésa que no hace más que pasarse media vida admirando todo aquello que rebosa belleza. Empapándose de imágenes bonitas, mirándolas, remirándolas… y volviendo a observarlas anonadada.
Ésa que colecciona sombras y movimientos, luces y siluetas, la que almacena miles y miles de fotogramas, en color y blanco y negro, la que vibra ante magníficas obras y se emociona al tener la certeza de que detrás de cada una de ellas hay alguien que consigue transmitir lo que su ojo ve.

Hoy no voy a extenderme hablando de Helmut Newton, porque con este señor podría estar días enteros. Hoy me apetece dejar una composición que me he encontrado fisgoneando por la red.
Es, para un primer contacto con el artista y para quienes aún no conozcan su obra, un buen comienzo para hacerse una ligera idea de lo que hizo a lo largo de su carrera. Otro día ya nos meteremos en su habitación.

Sólo puedo deciros que cuando en fotografía se habla de glamour, seducción y elegancia, es que estamos hablando de Newton.

Buen fin de semana, panda de mirones.

All That Jazz

Romina, George e Isaac salían del palacio de congresos a altas horas de la madrugada. Aquellas convenciones internacionales tenían fecha y hora de entrada, pero no de salida.
Casi veinticuatro horas reunidos bastaron para terminar con la paciencia de Romina, que, aunque agotada, pidió que la pasearan por las calles de Manhattan.

– Necesito aire, chicos, necesito evadirme un poco, si ahora me encierro en el hotel, me volveré loca – Romina se abrochaba el abrigo.
– ¿De verdad os apetece andar ahora?, están las calles desiertas y hace un frío tremendo –dijo George mientras la cogía de la mano para ayudarle a bajar las escaleras.
– ¿Qué opciones tenemos? –contestó ella.
– Os invito a una copa a mi apartamento, está a tres calles; en la 42 para ser exactos.
– Uhmmm, tentadora la oferta. ¿Hay vistas al Empire States desde tu piso? –preguntó coqueta.
– Al Empire no hay muchas vistas, pero el Chrysler se ve perfecto.
– Por mí genial, venga Romina, tomemos un whiskazo –intervino Isaac.
– La verdad es que mataría por una copa ahora mismo, me dejo llevar por vosotros, chicos.

De camino, ninguno de los tres pronunció palabra. Llegaron al portal del edificio y un portero automático les abrió la puerta. Subieron hasta el piso diecisiete con el mismo silencio.
Una vez dentro, Romina se dirigió a los enormes ventanales y, perpleja, se quedó mirando a través del cristal con las manos en la cintura.

– Me maravilla el abismo de esta ciudad. Cada vez que vengo aquí, me transformo. George, ¿tienes algo de Jazz? –dijo sin darse la vuelta.
– Uff, algo tendré por ahí, deja que mire.
– Pues a mí Nueva York me satura –digo Isaac-, es la última ciudad en la que querría vivir; falsedad, todo prefabricado, cero esencia…
– No te pongas destructor, anda– le interrumpió Romina.
– Creo que tengo algo de Coltrane por ahí –dijo George con un CD en la mano.
– ¡Coltrane! ¡Formidable! –ella fue al sofá, y cogió uno de los whiskys que Isaac estaba preparando.

Se sentó reposando la cabeza. Cerró los ojos, y con el vaso en la mano empezó a tararear la primera canción de Coltrane que sonaba.
George e Isaac estuvieron observándola unos segundos, después se miraron y sonrieron.

– ¿No os parece maravilloso el Jazz? Yo no podría vivir si no se hubiera inventado el Jazz. No hay absolutamente nada en este mundo que me haga vibrar como lo hace el Jazz, es fascinante, inquietante, demoledor… como la vida misma –cada vez parecía más poseída por aquellas notas.
– Sentaos a mi lado, escuchadla conmigo.

Sentados, volvieron a contemplarla. La cara de Romina era de auténtico placer, ladeaba la cabeza con una elegancia sublime, su rostro representaba a la perfección lo que sus oídos escuchaban. Bebía de vez en cuando pero sin abrir los ojos, acariciando el vaso y haciendo sonar sus rojas uñas en él.
George se fijó en las piernas de Romina, siguiéndola con los ojos hasta llegar bien adentro de sus muslos. Debajo del vestido podía adivinar un liguero sujetando las medias negras. Ese pensamiento le excitó y tuvo una fuerte erección.
Le palpitaba tan fuerte que se desabrochó la cremallera por la mitad.

Con mucho estilo, Romina se levantó a coger un cigarrillo del bolso. Al sentarse de nuevo, empezó a reírse mientras lo encendía.

– ¿Qué, os gusta mi trasero?, ¿o creéis que no he visto como me mirabais?
– Es difícil no admirar a una mujer como tú- dijo George.
– ¿Y qué tal?, ¿lo tengo todo en su sitio para mi edad?, ¿tú qué opinas, Isaac? –Romina se quitó un zapato y le puso la pierna encima de las suyas.

Isaac se lanzó a sus labios y empezó a besarla. Ella no se opuso y le besó como mejor sabía hacerlo.
Jugaba con la lengua dentro de la boca, tocaba su paladar con la punta, mordía sus labios, los succionaba, y volvía a besarlos.
En el otro lado, George empezó a acariciarle los muslos, a la vez que le mordía el cuello.
Romina se descruzó de piernas, y entre los dos – cada uno con una mano- las separaron.
El tanga negro transparente mostraba un húmedo y precioso coño. Era un coño pequeño y muy bien cuidado.
Con los ojos cerrados, ella volvió a reposar su cabeza en el sofá y dejó que la manosearan toda.
Los chicos la tocaban por todas partes: mientras uno le desabrochaba la blusa, el otro levantaba más su falda. Uno lamía sus pezones, a la vez que el otro metía su hocico hasta el fondo de su sexo.
Romina se dejaba llevar por el arrebato pasional de aquella madrugada, pensaba en la ciudad, en lo que estaba ocurriendo, en el Jazz…
Los dedos de Isaac empezaron a deslizarse por encima del tanga, dándole golpecitos en el clítoris, e introduciéndose cada vez más en la vagina de Romina.
Con sus finas manos, ella terminó de bajar la cremallera a George, metió la mano dentro el pantalón, y le agarró el paquete para llevárselo a la boca.
Jugueteó con la lengua alrededor del glande, succionando el frenillo a la vez que frotaba sus testículos con las yemas de los dedos como si estuviera sacando brillo. Él, presionaba su cabeza para que la engullera entera hasta el fondo, dándole fuertes golpes con la pelvis.
Isaac la masturbaba por delante y por detrás, dilatándola cada vez más.
Súbitamente, ella cambió de posición y se colocó a cuatro patas encima el sofá. Continuó la mamada, y arqueando la espalda como una leona, levantó el culo provocando la primera penetración.
Isaac la embistió con fuerza de un golpe seco aferrándose a sus generosas nalgas. El culo de Romina rebotaba distinguidamente como en cámara lenta, ellos no podían dejaban de mirarla.

– ¡Tiene un coño delicioso!- gemía Isaac mientras la follaba.
– ¡Y cómo la chupa, joder! – le contestaba George.
– Fóllatela tú, ahora.

Romina pausó la acción, agarró sus pollas, y empezó a pajearles.

– Joderme los dos: a la vez – le brillaban los ojos de placer.
– ¡Qué furcia! –digo George.
– ¿Cómo podéis tener la polla tan dura, cabrones? –Romina continuaba masturbándoles – ¿No os folláis a vuestras mujeres, o qué?
– Date la vuelta, puta.

Encima de la moqueta, se lanzaron a joderla por el coño y por el culo. Isaac, tumbado, saboreaba las paredes de la vulva de aquella mujer que vibraba por cada poro de su piel, la sentía tan profundamente, que no pudo evitar cerrar los ojos con fuerza apretando los labios.
George, a cuclillas, tuvo el placer de catar el apretujado culo de Romina, empapado y de una textura deliciosa.
Estuvieron follándola un buen rato, intercambiando de agujero y penetrándola como bestias descontroladas. Romina pedía más y más fuerte, a la vez que arañaba el sofá. Gemía como una gata en celo. El Jazz seguía sonando.
Romina tuvo varios orgasmos, y poco después, ellos eyacularon encima de su vientre.

Las últimas notas de Coltrane se dejaban caer, mientras Manhattan amanecía con un cielo precioso.

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