Qué triste me ponía cuando Julián tenía que salir de viaje y estábamos días sin vernos. No sé si en casa lo notarían, pero en clase, las compañeras me preguntaban por qué estaba tan mustia. Recuerdo especialmente el mes que tuvo que viajar a Vancouver. Se me hizo eterno.
Julián y papá hablaban a menudo por teléfono, comentaban reuniones, cierres de negocios, etc. Alguna vez había arriesgado poniéndome al otro lado del teléfono –en casa teníamos tres supletorios- para escuchar las conversaciones. Descolgaba con mucho cuidado el del despacho y oía la voz de Julián mientras hablaba con papá.
Se me estremecía el cuerpo. Oírle me tranquilizaba y me sentía más cerca de él. Luego me encerraba en la habitación y me desahogaba escribiendo todo lo que me pasaba por la cabeza.
Acabo de oír tu voz hace dos minutos y me siento mejor.
Se me están haciendo los días eternos sin ti, hecho de menos los mediodías que nos escapamos a tu piso, echo de menos tus llamadas a escondidas, echo de menos tus besos, tus caricias, tus abrazos… no sabes todo lo que te echo de menos.
Te fuiste el 21 de Abril y aún faltan más de diez días para que regreses, los estoy contando a cada minuto y hasta calculo las horas que faltan para vernos.
Esto va más lento de lo que imaginaba.
Me aburro muchísimo con las amigas, y en clase las horas se me hacen eternas. Papá me ha inscrito a un curso superior de francés que me ocupará dos horas más al día. La verdad es que al principio me hacia ilusión, pero ahora estoy desanimada y no me apetece nada empezarlo. Sólo me apetece estar contigo; en tu cama.
Estoy aprendiendo cosas nuevas que quiero enseñarte y seguro que te encantarán, quiero demostrarte que ya no soy ninguna niña.
No dejo de pensar en ti.
Escribía cuando ya no podía más y el cuerpo me pedía desahogarme de algún modo, lo nuestro era un secreto que nadie sabía y así debía continuar.
Aquella misma tarde después de ordenar mi habitación, mamá me comunicó que salía a cenar con papá y que llegarían tarde.
– Sara, tu hermano se quedará a dormir a casa de su amigo Bernard, nosotros regresaremos tarde, tienes en la nevera un poco de caldo y el guiso de pollo que ha sobrado del mediodía.
– Está bien –dije sin poner ningún obstáculo-.
– Vete a dormir pronto que ya sabes lo que te cuesta madrugar al día siguiente.
– Está bien, no te preocupes.
Mientras terminaba el discurso de mamá, empecé a pensar todas las cosas que podía hacer esa misma noche estando completamente sola en casa.
¿Y si llamo a Julián? -pensé-. No, que a lo mejor lo comprometo y se podría molestar.
¿Me hago una depilación completa para cuando regrese? Tampoco, cuando esté aquí seguro que ya tengo pelos.
¿Le escribo una carta y se la doy cuando llegue? Menuda cursilada. Tampoco.
De repente tuve una fabulosa idea: ver alguna de las películas porno que papá escondía y que toda la familia sabía donde estaban.
Sí. Perfecto. Me pondría a ver alguna de esas películas, necesitaba aprender mucho para sorprender a Julián.
– Hasta luego hija, cena bien, por favor.
– Sí, mamá. Pasarlo bien, estáis muy guapos los dos -eso último les arrancó una sonrisa.
Se pusieron las chaquetas y salieron por la puerta agarrados como dos novios.
¡Por fin! -me dije.
Subí al despacho de papá y busqué aquellas cintas que estaban escondidas detrás de unos libros enormes. Eran todas iguales; sin título y sin foto. Elegí una al azar.
Volví a mi cuarto a ponerme el pijama haciendo algo de tiempo para asegurarme que no regresaban, me cepillé el pelo y me puse las zapatillas.
Pasados unos minutos bajé al salón y puse la película.
No era la primera vez que veía una porno, a veces en casa de Ana habíamos puesto secuencias de alguna mientras nos reíamos avergonzadas y murmurábamos entre risas.
Empezó con una presentación de todas las escenas de la peli: dos hombres con una mujer, un hombre con una mujer, dos mujeres solas, otra vez un hombre y una mujer, y luego una escena con mucha gente mezclada. Pasé rápido toda la película hasta ésa última.
Eran cinco hombres y cuatro mujeres en un gran salón con sofás por todas partes.
No se entretuvieron mucho en preliminares y los hombres enseguida se abalanzaron a juguetear con las grandes tetas que ellas dejaban entrever por encima de los ajustados vestidos.
Agarraban los pezones para llevárselos a la boca al mismo tiempo que ellas se abrían de piernas y mostraban unas medias negras pegadas al muslo.
Jadeando se tocaban por encima de las bragas con sus llamativas uñas largas y perfectamente esmaltadas. Los hombres corpulentos les chupaban los pechos mientras ellas enseñaban sus caras de placer y se decían cosas.
Subí el volumen para oír lo que decían.
– Uhmmm, qué peras tienes, ramera.
– ¡Oooh sí, chúpalas todas!
Toda la música de fondo era un jadeo colectivo que me pareció de lo más excitante. ¿Habría hecho esto Julián alguna vez?
Me quité la parte de abajo del pijama y abrí ligeramente las piernas, me gustaba lo que estaba viendo.
Cuando todas aquellas mujeres ya estaban casi desnudas, se arrodillaron frente a ellos y les empezaron a chupar la entrepierna -había uno que disfrutaba de dos a la vez porque eran impares-, ellos gemían y les agarraban la cabeza para facilitarles el trabajo, ellas chupaban con ansia y con el culo en pompa.
A veces les enfocaban muy de cerca: todas tenían el coño sin pelos, y algunas se lo tocaban mientras chupaban.
Yo también empecé a tocarme. Estaba mojado y resbaladizo -como cuando Julián lo hacía.
Empezaron a mezclarse entre ellos y a juguetear con sus cuerpos como si fueran animales salvajes. Unos empezaban a follar; algunas aún seguían con la mamada; otras les escupían encima del glande mientras les clavaban la mirada, y las de más allá se abrían el culo mientras las follaban por el coño.
Me fijaba hasta en el último detalle para luego sorprender a Julián y hacerle gozar como hacían aquellas actrices.
Hubo una escena que me excitó mucho.
Todas ellas se pusieron a cuatro patas encima del sofá con las manos apoyadas en la pared, una al lado de la otra, formando una fila horizontal perfecta. Ellos de pie masturbándose, empezaron a juguetear. El primero empezaba con la del extremo, la follaba un rato y luego cambiaba a la siguiente. Cuando éste cambiaba, empezaba otro con la primera, y así hasta que todos pasaban por todas y sentían el placer de tener varios coños -uno al lado del otro-, mientras ellas gozaban con la variedad y dureza de sus miembros.
Me encantaba ver todos los cuerpos juntos, con esos traseros en pompa con el coño abierto experimentado distintas sensaciones.
Mi clítoris estaba cada vez más gordo y brillante, y excitadísima me veía en ese salón, fantaseando en que una de esas parejas éramos Julián y yo compartiendo sexo con más gente.
Mis muslos estaban pegajosos y me masturbaba cada vez más rápido.
Entre ellas se besaban con lengua y se magreaban las tetas.
Uno de ellos empezó a follarle el culo a la morena de pechos enormes. Yo quería hacer eso con Julián, quería ofrecerle mi boca, mi coño y también mi culo.
Me fijé en lo fácil que le entró y la cara de gusto de ambos, entonces empecé a tocarme el culo mientras los miraba.
Me frotaba con la yema y lo empapaba de flujo.
Veía todas aquellas vergas y me imaginaba chupando la de Julián –me encantaba pensar eso.
– ¡Toma polla! –exclamaban.
– ¡Ooooohhh! ¡Síiiii!
Aparqué mi culo y continué con una paja que me hizo arrastrar por toda la alfombra como si fuera una boa. Me frotaba el clítoris y pellizcaba los pezones mientras los gemidos de la película me acompañaban.
-¡Me voy a correr!- salió del televisor.
Dos mujeres se le pusieron delante –otra vez arrodilladas- y abrieron su boca a la espera de la explosión.
Continuaba masturbándome frente la película, quería ver qué más hacían.
Como un animal, empezó a eyacular en la cara de todas ellas, algunas se relamían y se frotaban con los dedos alrededor de la boca, otras se lo bebían, otras ofrecían sus pechos y los movían de arriba abajo.
Un gustazo espectacular se apoderó de mí y no pude ver más porque tuve que cerrar los ojos de placer.
Se me contrajeron todos los músculos del cuerpo y sentía que me faltaba la respiración, creí que me moría de gusto hasta que estallé con una convulsión que me dejó extenuada en el suelo.
No sé cuanto tiempo me quedé dormida, pero menos mal que me despertó el molesto pitido de la señal de vídeo anunciando que la película había terminado hacía ya rato.
Abrí los ojos y me encontré con las manos encima del vientre, la pantalla del televisor en azul, y un fuerte aroma a sexo.
Me palpé toda y continuaba mojadísima. Cogí un poco de flujo con las manos y me lo restregué por toda la cara, como había visto en la película.
Fue una experiencia nueva que me encantó. Era la primera vez que sentía tanto placer estando sola.
Se lo contaría a Julián. Lo escribiría en el cuaderno. Y cuando regresara él, le daría una sorpresa mostrándole todo lo que aprendí. Seguro que eso le excitaría un montón.
Una vez más me sentía distinta, bien, a gusto. Solo me faltaba él.