Una noche más, anhelando el sol

El otro día me vino a la cabeza una de los mil episodios de cuando estuve trabajando de noche.
Una noche loca más, de las muchas que intenté no salir después de la jornada, pero -como siempre- terminé haciéndolo.

Cerrábamos el local a las dos de la madrugada, la mayoría de veces eran las tres.

¿Dormir? ¿Se suponía que lo correcto era irme al catre? Ya, lo sé, pero la temporada que me dediqué al fascinante submundo de los vampiros, me levantaba sobre las cinco de la tarde para abrir el bar a las siete, y a las tres de la madrugada, pletórica y con toda la oferta de la nuit, no tenía sueño. Y voy a ser franca, aunque me hubiera levantado a las doce del mediodía, tampoco me hubiese acostado a la hora correcta.
Conocí a lo mejorcito de la noche, y ésos eran con los que me mezclaba al finalizar la jornada. Me esperaban e íbamos a quemar lo que quedaba de oscuridad.

Terminé odiando ir siempre con la misma gente y a los mismos lugares. Los cuatro gatos que deambulábamos como murciélagos buscando el calor de una copa, o de cualquier sustancia para amortiguar el evidente vacío del cual estábamos llenos.
Siempre terminábamos encontrándonos los mismos en el peor antro de la ciudad.
Eso me ocurría todas las noches. Y era fatal. Hasta llegué a pensar por un momento que estaba enferma por estar dentro de aquel pequeño grupo.
Imagino que todo esto era la respuesta a la soledad que sentía en aquella época de mi vida.

Voy a bautizarle como Jack, ya que no recuerdo su nombre. Y porque siempre tomaba Jack Daniels. Jack Daniels y coca.

Jack era un tipo altísimo, de unos cuarenta y tantos, que casi siempre salía solo. A veces los fines de semana, se encontraba con su grupito de cuarentones fiesteros, pero generalmente lo hacía en solitario. Siempre me pareció buena persona -a pesar del aspecto tipo duro rompe corazones -, y muy independiente. Todo el mundo le conocía.

Antes de aquella noche del 2001, nunca tuve con él nada más que el roce de servirle un whisky, algún intercambio de sonrisas, y basta.
Jack solía estar en la zona de gente de la noche(siempre odié esa definición), lo considerábamos como uno más de los nuestros.

Aquella madrugada, me reencontré con Jack en un after.
Era extraño encontrarlo ahí, porque él era más de copas en la barra, y aquel antro que me llevaron era más bien para moverse indecentemente en una pista de baile de mala muerte -poco usual que yo también estuviera ahí, pero así salió-. Hablo de un local infame que prefiero no describir.
Ni sé cómo, me encontré en la pista de aquel asqueroso garito bailando como una idiota, y él pegado a mi trasero.

Bailamos, bebimos, esnifamos, y nos fuimos a su casa.

Nada más entrar, le pedí que echara las cortinas. No soportaba ver amanecer mientras estaba de fiesta.
Sentados en el sofá, me contó algo de su vida mientras nos metimos unos tiros.
Para variar, yo no estaba nada a gusto. Le seguía la corriente, le escuchaba. Deseaba que el día no llegara del modo que indudablemente ya estaba llegando.

De repente y todo arrebatado, se abalanzó sobre mis piernas como un perro salvaje.

– ¡Quiero comerte el coño!
– ¡Pero, oye! ¡Espera!
– ¡Dámelo! ¡Quiero chupártelo!

Parecía un loco maníaco, mientras escondía la cabeza en mi entrepierna.
Sin perder de vista de mi coño, comenzó a retorcer todo el cuerpo en el sofá, probando quinientas mil posturas distintas antes de encontrar la perfecta para degustarme cómodamente.

Me apartó el tanga y empezó a lamerme con desesperación. Yo estaba perpleja.

– ¡Qué pedazo de coño tienes! ¡Joder, qué bueno! ¡Qué bendición!

Seguía con su labor sin dejarse ni un solo rinconcito. Yo no sentía nada de placer.
Cuando ya me estaba aburriendo, me levanté para insinuarle que fuéramos a la cama. Y no es que tuviera especialmente ganas de sexo, pero estaba agotada y deseaba terminar con aquello.

Follamos. Mal, pero follamos. Y también me aburrí a medio polvo. Fue desastroso.

La combinación coca-sexo en mi cuerpo era fatal. Me anulaba absolutamente todos los sentidos, convirtiéndome en un pedazo de hielo, rudo y consistente. Inmune.
Recuerdo algunas palabras de odio que mi interior le vomitó antes de terminar.
Jack tuvo que levantarse para ir a currar. Él trabajaba de día, o al menos, empezaba antes que yo, cuando el sol aún reluce resplandeciente.

El sol. Yo apenas veía el sol. Toda la luz que respiré durante aquella época era artificial y contaminada.

Cuando me levanté de su cama y fui al salón para buscar la ropa, me encontré un par de rayas encima de un pequeño y rectangular espejo. Dos tiros de un color espantoso.
A través de un hueco de la cortina, se coló un rayo de sol haciendo un estridente reflejo con el espejo, deslumbrándome dolorosamente.

De un soplido, mandé toda aquella basura al suelo. Seguro que pensaría que los esnifé.

Abatida, me vestí y bajé las escaleras de aquel piso tan alto sin ascensor.
Al salir a la calle, una sensación de malestar me asaltaba otra vez. La peor de todas. Era repugnante. Completamente sucia y vacía. La nada.

Me hubiese descuartizado allí mismo, enfrente el portal y con el sol golpeándome el rostro.

Ese sol que tanto anhelaba.