Menta y Chocolate

Me despertó un sutil aroma a hierba recién cortada. Al abrir los ojos te busqué en la cama, pero no estabas. Tu lado seguía caliente, y la almohada silenciosa aún guardaba ese delicioso perfume. Zigzagueando me coloqué en tu sitio y hundí la nariz entre las sábanas. Sucumbí ante un agradable bienestar volviéndome a quedar dormida.

Soñé verdes praderas vestidas de amapolas. Corría desnuda por todas aquellas infinitas llanuras, sin rumbo, dejándome acariciar por largos tallos y delicados pétalos. Me encontraba sola en el lugar, pero notaba tus besos en el rostro. Me besabas desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla, paseando delicadamente por todo el óvulo facial, sin despreciar un solo rinconcito.

Al despertar, estás a mi lado, mirándome los ojos.

–   ¿Me estabas besando?

–   No. Buenos días, amor mío –acaricias mi mejilla.

Mientes, me estabas besando, pero no digo nada y te devuelvo la sonrisa… y los buenos días.

–   ¿Has estado cortando menta? –te pregunto. Y me sonríes.

–    He preparado chocolate caliente para desayunar.

Ya me conozco el juego, y la combinación de hoy me seduce. Cierro los ojos y me someto a ti. Acto seguido me los vendas y apartas las sábanas para tenerme toda desnuda sólo para ti.

Sé lo que estás haciendo ahora con los dedos -lo haces siempre que jugamos a esto-, te los frotas experimentadamente para que perdure el aroma en ellos y, seguidamente, puedas plantarlos a un centímetro de mis fosas nasales.

Los acercas: los huelo, inspiro, aguanto unos segundos (tal y como me enseñaste)… y vuelvo a soltar el aire muuuy pausadamente.

Es un olor fuerte y fresco que al instante me despeja toda la nariz y me regala un suave picor bajo el paladar.

–   Inspira otra vez –dices. Y acercas de nuevo las hojas de menta a mis ventanillas nasales.

Con delicadeza, siento como tu otra mano empieza a balancearse por mis pechos como si estuvieras desempañando un cristal del vaho. La piel se me eriza al instante y los pezones se van poniendo duros y firmes con el roce de tus dedos.

–   Saca la lengua –dices. Te obedezco.

 

Siento una gotita caliente caer en el ápice de la lengua; es chocolate. La primera nota sabe dulce. Dejas caer otra pizca, ahora más generosa, que viste mis labios de un sabroso sabor a cacao.

Me relamo alrededor de la boca, hurgo en las comisuras, y termino de degustarlo.

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