Armonía de la tarde

Ya llega el tiempo en que vibrando en su tallo
toda flor se evapora igual que un incensario;
los sonidos y los perfumes dan vueltas en el aire de la tarde;
 ¡melancólico vals y lánguido vértigo!

Las Flores del Mal. Charles Baudelaire

 

Su menudo cuerpo descansaba en la cama.
En el instante en que se quedó dormida, él desapareció como siempre lo hacía; de puntillas y sin hacer ruido, con los zapatos en la mano y la ropa colgando de su antebrazo.
Ni siquiera el rugido de la puerta vieja de la entrada consiguió despertarla aquella mañana. Ella dormía como un ángel sumida en sus sueños, entre el mejor de sus recuerdos y el más preciado de sus perfumes. Aún quedaba alguna vela encendida en el cuarto, aunque tímida. El fuego temblaba y temblaba, cada vez más agotado, haciendo ademán de extinguirse en cualquier instante.

Fuera de su cuarto amanecía.

La ciudad despertaba entre olores de café recién hecho y sonidos nerviosos de las cañerías en movimiento… entre el zumbido de los primeros cláxones y el ruido metálico que las persianas de los establecimientos hacían al alzarse.

Pero ella dormía.

Quizá fue su última noche de amor. Probablemente lo quiso así. Y por eso quiso cerrar, aquella noche y por primera vez, todos los biombos y cortinas del cuarto, mientras se moría de amor entre los brazos del que nunca pudo llegar a serlo.

– ¿Vas a leerme hoy?
– Eres la niña más bonita del mundo.

Durante mucho y mucho tiempo jugaron a seducirse. Jugaron a perderse entre miradas, sólo miradas. Jugaron a ser niños de nuevo. A perderse. A hacer todo lo que siempre quisieron ser pero nunca se atrevieron a ser. Juntos. El uno sin separarse del otro.
Jamás se prometieron nada, y si en algún momento apareció el tema, lo reconducían hacia otro completamente distinto y onírico.
Jugaron a vivir, y fueron inmensamente felices mientras lo hicieron.

– Léeme
– ¿Otro más?
– Por favor, el último. Venga, léeme un poco más.

 

Toda flor se evapora igual que un incensario;
se estremece el violín como un corazón que se aflige;
¡melancólico vals y lánguido vértigo!
El cielo está triste y bello como un gran altar.