Los menús de casa Fiorenzo: risotto

– No sé, no me termina de convencer este color de uñas.
– Te queda bien, Mireia.
– ¿Tú crees? ¿No me hace las manos más pálidas?, ¿como de muerta?
– Ya querrían las muertas tener el color de tus manos, corazón.
– No sé, últimamente no estoy a gusto con nada, Abril. Me veo gorda, el pelo quemado, esas mierdas de arrugas que tengo alrededor de los ojos…
– ¿Las patas de gallo?
– ¡Las patas de gallo! ¡Qué horror! – Mireia se llevó las manos a los ojos, cubriéndoselos.
– Pues a mí siempre me han parecido muy sexys –dije.
– ¡Estás loca! ¿Sexys?
– Sí, las arruguitas, en general, siempre me lo han parecido.
– Tú no estás bien de la cabeza, nena –me dijo- no sabes lo que dices.
– Los signos de expresión, Mireia, los encuentro bonitos. Y las patas de gallo en concreto, pueden decir de ti que eres una persona muy risueña.
– ¿Risueña yo?
– Sí; tú.
– Bueno, las patas de gallo sólo eran un ejemplo de las muchas comeduras de coco que tengo, Abril. También me veo gorda, y bajita, y tengo los pies deformes, y mucho vello por todo el cuerpo, y los pómulos poco prominentes, y los pechos, y…
– Y… y… y… –la interrumpí-. Pareces una niña pequeña, Mireia. Ya está bien, ¿no? Todos tenemos algún complejo, hay mejores y peores épocas, pero no puedes estar tan obsesionada con tu aspecto físico, joder.
– Claro, es muy fácil hablar cuando no se tiene ningún defecto.
– Ya basta de decir tonterías, Mireia, todos tenemos nuestras cosas.
– ¡Fabio! –gritó ella a uno de los camareros-, ¿podrías traernos una botella de Lambrusco?

Casa Fiorenzo es un pequeño restaurante familiar que ofrece una de las mejores cocinas italianas de la ciudad.
Fiorenzo, junto a su mujer y parte de sus hijos y sobrinos, se encargan de que el negocio funcione como viento en popa. El trato es sencillo y agradable. Uno puede disfrutar de auténtica gastronomía italiana de alta calidad y a un precio realmente asequible.

– Abril, tienes que ayudarme.
– Dime, Mireia.
– Tengo un dinero ahorrado. Marc no lo sabe. Quiero hacerme una reconstrucción; un cambio radical, y él no debe enterarse.

Me lamento, una vez más, de sacrificar mi cerebro para poder comerme un risotto en condiciones y, con absoluta resignación, le sigo el rollo sin mandarla a la mierda.

– ¿Y en qué puedo ayudarte yo? –dije.
– Verás… voy a decirle a Marc que por razones laborales debo salir una temporada de viaje, así podré recuperarme bien de todas las cicatrices.
– Vas a mentirle, quieres decir…
– Bueno… sí. Pero es una mentira piadosa. En realidad lo hago por los dos.
– ¿Por los dos?

Fabio, el camarero, se acercó y descorchó una botella del aclamadísimo Lambrusco; ese vino espumoso perfecto para morir de sobredosis de glucosa.

– Yo no voy a tomar, gracias –le dije al camarero.
– ¿Cómo que no vas a tomar Lambrusco, Abril? ¿No te gusta? Pensaba que era la sangría lo que no te gustaba.
– Cierto, no la soporto, y el Lambrusco tampoco me seduce mucho. De todos modos, si ya lo has pedido, vamos a tomarla.
– ¿Seguro?
– Sí, seguro –miré a Fabio sonriente y asentí con la cabeza para que nos sirviera ese líquido horripilante que destrozaría mi risotto.

– Y bien, ¿en qué tengo que colaborar yo de toda tu farsa hacia tu marido?
– ¡Dios, nena! A veces eres tan cruda y fría que parece que no tengas sensibilidad, de verdad.
– Es por eso que me has elegido para que sea tu cómplice, ¿cierto?
– Mira, Abril, trabajamos en la misma empresa, y no sería la primera vez que tenemos que salir inesperadamente de viaje. A Marc le voy a decir que me voy contigo, eso es todo, y ya está.
– Y cuando vuelvas y te abra la puerta de vuestro hogar, ¿se encontrará con Barbie Superstar?
– Tú no eres fan de la cirugía, eso ya lo sé. Y las personas que no entendéis esto nunca podréis verlo con buenos ojos.
– Mireia, me estás hablando de una reconstrucción total, no sé exactamente lo que es, pero después de escuchar todos tus complejos, imagino que no se tratará de una simple mamoplastia o de unos pinchacitos de botox. Y me parece todo muy desmesurado, la verdad.
– Abril, lo necesito, créeme.

Sus últimas palabras me entristecieron mucho. Me entristecieron no por su sonido, sino por la franqueza que salía desbordante de su mirada al pronunciarlas. En ese momento me di cuenta de que el problema de Mireia era mucho más grave.

– Cuenta conmigo, niña. Te ayudaré tratando de no pisotear mi moral. Al menos, no mucho.
– Eres un cielo –me sonrió con ternura-, gracias.
– ¿Has hablado del tema con alguien más? –pregunté mientras me lambrusqueaba los labios.
– Sí, mi hermana y mi cuñado saben que quiero hacerlo.
– ¿Y qué opinan?
– ¡Uy! Ja ja ja… mi cuñado dice que cuando tenga el suficiente dinero ahorrado le regalará una a su mujer, es decir, a mi hermana.
– ¿Y tu hermana qué dice de que su marido quiera obsequiarle con cirugía?
– Nada, no dice nada. Le mira con ojos de amor y le suelta un “te quiero”. Es taaan bonito.

El Parmesano es uno de mis quesos favoritos, me parece una auténtica exquisitez. Combinado con según qué pastas frescas o algunas ensaladas es un regalo para el paladar. Y en el risotto ya es el paraíso.

– Nunca entenderé cómo puedes comerte esta especie de pasta de arroz pasado –me dijo Mireia mientras hincaba los dientes en su pizza Hawaiana.

– Ya sabes, cuestión de gustos.

 

4 Respuestas a “Los menús de casa Fiorenzo: risotto

  1. Qué penica de hija, se piensa que se puede comprar la juventud.
    Aunque su hermana es aún peor, su marido es Pigmalión y la pobre no se da cuente de que si quiere cambiarla es porque no la quiere (de verdad), no porque la quiera mucho…

    • Pues sí, Tiberyas.

      Cada día estamos más rodeados de cándidas Galateas sometidas a unas exigencias realmente heavys. Espeluznante.

      Un beso, cielo.

  2. Cruda y realista reflexión de lo que está ocurriendo en el mundo que nos ha tocado vivir, las operaciones de estética están a la orden del dia y en las chicas muy jóvenes, lo peor de todo son los maridos que aun las animan a ello.
    Saludos.

Me encantará leer tu opinión